Debate en Myrtle Beach

A Mitt Romney no le fue posible esta vez liquidar el debate con otra actuación impasible y diligente. Sus rivales lo pusieron a la defensiva más que en debates anteriores. Cuestionaron su trayectoria en los negocios y su historial como Gobernador, y le acusaron de falta de transparencia.

Estuvo bien enfrentando los ataques esperados, como todo lo relacionado con su pasado en Bain Capital. Ratificó que la firma ayudó a crear más de 100,000 empleos, hizo una firme defensa del libre mercado como garantía de una América más productiva y con rentas más altas, y dijo que aprendieron de la experiencia cuando los negocios no funcionaron.

Interrogado sobre el caso concreto de una compañía que había quebrado, Romney defendió que los que se habían quedado sin empleo eran trabajadores sindicados que se negaron a ser trasladados a una planta no sindicada.

Peor lo pasó cuando fue presionado para que publique su declaración de impuestos. Primero ignoró una petición de Rick Perry y después dijo que, si es el nominado, probablemente divulgará su declaración de impuestos más adelante.

También dio la impresión de no estar preparado para enfrentar la trampa que le tendió Rick Santorum sobre el derecho al voto de los delincuentes condenados. Romney trató de eludir la pregunta varias veces, hasta que dijo que no deberían votar ni una vez concluida su libertad condicional. Entonces, Santorum le recordó que en Massachusetts no hizo nada por cambiar la ley estatal que permitía a los condenados votar. Romney no va a perder la nominación por esto, porque está más en sintonía con las bases, pero el episodio reveló una falta de previsión poco habitual en él.

Newt Gingrich fue el más sólido anoche. Volvió a mostrar su mejor versión, el de entendido y entusiasta. Trazó un plan para transformar la Seguridad Social en un sistema que libere al contribuyente de la dependencia gubernamental, y argumentó que los beneficios por desempleo deben ir ligados a una mayor responsabilidad por parte del desempleado y al requisito de entrenamiento para el trabajo.

Su mejor momento fue cuando desmontó las opiniones del panelista negro Juan Williams que intentaba hacerle parecer racista. Gingrich repitió su crítica a la cultura de los cupones para alimentos, y defendió su conocida oposición a las leyes laborales infantiles que no permiten que los niños de familias desfavorecidas trabajen a tiempo parcial en sus escuelas para aprender que el dinero hay que ganarlo y no pedirlo al gobierno como hacen sus padres.

Esto es a lo que Lee Atwater se refería cuando hablaba de ir sustituyendo la crítica directa a los negros por la crítica a las welfare queens que viven como reinas gracias a la excusa del color de la piel y a la ayuda de la asistencia social y el seguro de desempleo. El tema tiene un potencial enorme en Carolina del Sur.

Ron Paul volvió a ser rehén de sus posiciones de política exterior. Advirtió contra las políticas de guerra preventiva, habló de recortar el presupuesto militar, y rescató la regla de oro de Jesús (todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos) para definir lo que debería ser la relación de EEUU con otros países. Fue abucheado. No fue el único abucheo. El público de ayer fue especialmente estridente. También pitaron cuando se mencionó que el padre de Romney había nacido en México. El hecho da una idea de lo que es Carolina del Sur.

Rick Perry confirmó que empieza a sentirse más cómodo en los debates, aunque en un papel secundario, y que en sus primeras actuaciones acusó la falta de práctica. Expuso su historial de creación de empleos en Texas, disculpó los excesos de los marines en Afganistán, y no se olvidó de apelar a los derechos de los estados en el ancestral Sur.